En ocasiones me asaltan memorias de conversaciones con Horacio que creía haber olvidado y, me sorprenden de tal modo, que dudaría si las invento yo mismo si no fuera porque tienen una lucidez que me es completamente ajena. Otras veces, finjo convencerme de que es el propio maestro quién me envía recuerdos de situaciones que no sucedieron, pero que pasan a ser reales desde el momento en que yo las acepto como memoria. La explicación más sencilla, que la edad y el olvido son compañeros que comparten camino, me parece demasiado melancólica para aceptarla sin una cierta resistencia.
Siempre me he inclinado por pensar que el tamaño de las cosas se puede medir de dos formas: midiendo su contorno mientras son visibles o midiendo el vacío que ocupa su ausencia. Con el tiempo, eso me ha servido para entender que el gran tema de Horacio fue el amor, aunque nunca hablara de él y solo lo refiriera por alguno de sus otros nombres secretos. Hoy me parece recordar la única ocasión en que lo mencionó directamente, en uno de sus últimos días, cuando en verdad ya se había ido y solo lo imaginábamos todavía con nosotros.
«Nuncio, nos robaron el Amor. Nos hicieron creer en su finitud. Le pusieron límites y condiciones.
«Los mismos que nos dijeron que Dios es Amor y que es Omnipresente y que solo existe Uno verdadero nos convencieron de que existían diversos tipos y clases y que cuando amabas a alguien, eso excluía que pudieras amar a otro; que quererse podía estar mal; que una caricia podía ser una falta; que el mero hecho de pensarla era infringir las leyes divinas; que algo precioso e inmaculado podía ser vil y un acto de traición; que existía un amor correcto y un amor que no lo es.
«Nos dijeron, para convencernos, que ese Dios que cuya sustancia es el Amor había dictado leyes que solo sabían prohibir. Nos hablaron del pecado y del infierno. Y lo aceptamos sin discutir que era imposible.
«Y estamos hoy aquí, en nuestras urnas invisibles, temiendo amar y perdiendo abrazos y caricias y besos, alejándonos de Dios por acercarnos a lo que creemos erróneamente que es su verdadera naturaleza, siendo todos menos luz y haciendo del mundo un lugar más oscuro e inhóspito.
«Ellos, los que nos tenían que enseñar a amar -ellos- nos han robado el Amor. Nos lo han robado…»
Le recuerdo la voz quebrada y sin fuerzas para seguir hablando, rendido quizás a la certeza de que la batalla más importante sería la que jamás ganaríamos.
✒ Xavi Portales
📸 Francesca Woodman